Columna: El Salvador, un nuevo capítulo

Mis experiencias cubriendo las elecciones presidenciales 2019 en un país con un sinfín de sueños que cumplir

Seamos honestos. El apodo “El Pulgarcito de América” es solo eso, un cariñoso apodo para uno de los países más pequeños del hemisferio.

Porque –para ser justos– El Salvador es inmenso. Su gente lo hace inmenso. Sus horizontes encandilan y se hacen infinitos. La paleta de colores con la que pintan sus campos de pipián y maíz parece sacada de un cuadro impresionista.

Sus pobladores se esfuerzan en forjar un mañana mejor trabajando de sol a sol, confiando que el tiempo algún día será menos cruel y les dará una merecida recompensa. Porque aquí han tenido que cicatrizar heridas de guerra y fuego. Pero no hay que confundirse con la historia. Han sabido abrirse paso en el porvenir incierto y nunca falta una sonrisa sincera. Su gente es real. Al igual que sus sueños de antaño que esperan aún cristalizarse. 

Ver a los salvadoreños de frente, en su tierra, ayuda a deconstruir esa imagen torcida del imaginario internacional. Mismo imaginario que construyen medios de comunicación subjetivos y sensacionalistas. Porque El Salvador es mucho más que eso. Me consta.

Y qué triste escuchar los estereotipos que intentan manchar su espíritu.

Aquí las maras existen y no temen jugar con plomo. Y sí, se sufre mucho porque la movilidad social aparece solo como un espejismo para la mayoría. Las cifras de desempleo y la violencia son de las peores del continente. Cierto. Todo eso es cierto y afecta sus vidas, mas no su deseo de superación, porque ese deseo es a prueba de balas.

Las esperanzas surgen en un país donde la inseguridad y el desempleo dictan la vida de muchos

UNAS ELECCIONES PARA RECORDAR

Ésta fue mi segunda visita a “El Pulgarcito”. Y mi misión era reportar el proceso electoral sin perder detalle.

Como periodista internacional, aterricé cargado de cifras y memorizando encuestas que me permitieran navegar el laberinto político que me esperaba. Precavido como el que más. Sin embargo, nada de eso fue útil. Llegando, me arrastró la ola de comentarios e informes políticos. Y me dejé llevar. A consciencia. La intención de voto era cambiante, las denuncias entre partidos no cesaban y ni hablar de los tuits combativos de los candidatos. ¿Qué dirección tomarían estas elecciones? Nadie se atrevía a predecirlo con seguridad, ni el más versado de los analistas que entrevisté.

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Lo único certero era el hartazgo del pueblo por el bipartidismo que se había apoderado de la silla presidencial por 30 años. Eso tenía que acabar, decían muchos.

Y entre una cosa y la otra, llegó el gran día: domingo 3 de febrero.

Las urnas abrían a las 7 horas de aquella mañana parcialmente nublada. Antes de despuntar el sol, corría con mi equipo al centro de votación más grande del país, el CIFCO.

Pasaban las horas y los votantes llegaban en grupos; algunos con toda la familia. Pero se hablaba de baja participación a nivel nacional.

El griterío de las multitudes nos alertó de la llegada de los dos candidatos favoritos en los sondeos: Carlos Calleja (partido ARENA) y Nayib Bukele (partido GANA).

El tratamiento que recibían era de celebridad. Electores y periodistas nos arremolinábamos a su paso y el despliegue de seguridad era impresionante. No faltaron algunos empujones y forcejeos con cierta violencia para tranquilizar la multitud.

A las 5 de la tarde cerraban las mesas de votación e inmediatamente iniciaba el conteo. Voto por voto, manualmente y en presencia de un número récord de observadores nacionales y otros que arribaron de la India, Reino Unido, Centro y Norteamérica, así como una larga lista de regiones y países.

Dos horas más tarde, la tendencia era notable. GANA encabezaba los votos.

Cuatro horas después, los resultados eran preliminares con un alto porcentaje escrutado, y había un favorito de manera contundente. No había espacio para dudas, a pesar de que muchos se sorprendían y algunos guardaban un silencio inconforme.

A las 9:15 de la noche, Bukele se adelantaba al Tribunal Supremo Electoral y se autoproclamaba el próximo presidente del país.

Ahí estuve. A pocos metros de distancia y en medio del revoloteo de las masas que celebraban a todo pulmón. Estuvimos reportando en vivo para Estados Unidos haciéndonos eco de la noticia.

Aunque nadie se atrevía a predecirlo ante nuestras cámaras, contábamos la crónica de un triunfo anticipado en el corazón de la mayoría. Nayib representaba en ellos un golpe de timón, un cambio de dirección y una esperanza en lo que un candidato millennial –amante a las redes sociales – podría traerles en el futuro.

En las calles, el día después, me fue difícil encontrar voces críticas y descontentas con los resultados. Las esperanzas empiezan a resurgir.

Aunque los analistas eran más cautelosos y no creen en los mesías. Solo esperan poner a prueba al presidente electo a partir de este junio, cuando sea juramentado.

Bukele tendrá cinco años para demostrar la eficacia de sus “Nuevas Ideas”. Habrán muchos ojos pendientes a cada movimiento.

Y como siempre, el pueblo será el que juzgue y tendrá la última palabra.

Alban Zamora es presentador de Noticiero Telemundo 44. Puedes encontrarlo en Facebook como Alban Zamora y en Twitter @AZamoraDC

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